La distancia lo multiplica todo
El domingo pasado me vine de vuelta a Santiago desde Temuco en avión. Siempre ventana si es que se puede. Mis compañeras de viaje fueron una niña de 6 años y su mamá. Francisca, mi vecina de asiento, era primera vez que viajaba en avión. Y cuando me contó creo que me emocioné tanto como ella.
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La mamá le daba las primeras indicaciones, y ella la escuchaba muy concentrada, hasta que obvio, metí mi cuchara, y le dije que tenía que pegarse bien al asiento cuando fueramos a despegar, en la carrerita final, por lo menos eso es lo que yo hacía.
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A Francisca le pareció estupendo y en el despegue, ni en todo el viaje hubo problemas. Excepto cuando pensó que las alas del avión se habían roto cuando éstas se abrieron al aterrizar. Me contó que había pasado a segundo básico, que estaba contenta por el hermanito nuevo que su mamá esperaba y me preguntó si yo viajaba tanto como su mamá, que había ido a Japón, México, Argentina y Estados Unidos. Le dije que no tanto, claro.
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Cada río, cada nube, cada montaña y cada campo Francisca se los mostró contenta a la mamá. Se aseguró ahora que las nubes no eran algodones de azucar. También me pidió ver el libro que yo leía un rato (Cien errores de la comunicación en las organizaciones, súper entrete para ella), y lo miró un rato y me lo devolvió. Como andaba con dos juguetes, y yo no soporto que éstos no tengan nombre, le pusimos "puntas" a uno redondo de goma con puntitas y no me metí con el otro del otro, para no ser tan dictatorial digo yo.
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El momento de la comida, fue la mayor sorpresa, porque a nosotros nos dieron una ensaladita y a ella le dijeron ramitas, unos dulces, leche y pancitos. Feliz lo que habría comido yo.
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Cuando estabamos llegando a Santiago y ya estaba medio oscuro, Francisca empezó a ver las luces de la ciudad y dijo que eran como estrellitas. Al minuto me dijo "es como si las estrellas se hubiesen caido al suelo". Me dio un poco de pena, pero tenía razón.
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Al final nos despedimos en la manga porque yo andaba sólo con un bolso de mano, sin tener que ir a la correa. Su mamá me dijo que ahora el otro juguete, una gatita, se llamaba Bárbara, y Francisca asintió con una sonrisa y me dijo chao bien fuerte.
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Hoy día por msn un amigo, que no quiere revelar su identidad por verguenza, me dijo que la distancia lo multiplicaba todo. Que los sentimientos, los buenos y los malos se agrandan tanto pensé yo. Y tiene toda la razón.